viernes, 2 de septiembre de 2016

El avocado del diablo


Empecé en la plantación de paltas esperando, con suerte, tener tres meses de trabajo y poder aplicar a mi segunda visa. Bueno, desde ahora te anticipo: lo conseguí, y seguí trabajando ahí hasta el final de la temporada. También entremedio pude ver ornitorrincos en estado silvestre: sueño cumplido.


Pero antes quiero hacer un paréntesis y contarte de cómo y por qué no hay que boludear a un argentino. Arranquemos así: yo me contacté con el dueño de un hostel y pub en Atherton, quien me consiguió el trabajo en esta plantación de paltas a cambio de que me alojara con él. Bueno, en realidad con él no, sino en el hostel y pub de un conocido, en Yungaburra, otro pueblo cercano. Okay, le dije, no hay drama. Me fui a Yungaburra un domingo y descubrí que el establecimiento era horrible, sucio, asqueroso, pobre de infraestructura y, para peor, carísimo: doscientos quince dolares semanales. Así que apenas arrancamos a trabajar, me fui con el jefe y le pregunté si tenía que quedarme allá para trabajar ahí. No, me dijo, podés dormir donde quieras.

Bueno, así hice: dejé a esos que hacen negocio a costa de los backpacker y, después de merodear por un camping, terminé durmiendo en el galpón del papá de mi supervisor en la farm, que me ofreció alojarme gratis a cambio de una mano para poner orden alrededor. Yo, chocho, me dije: he vencido a este sistema perverso.


(Aquí vale aclarar que estos working hostel acaparan todos los anuncios de trabajo local, volviendo obsoletos los organismos gubernamenales de búsqueda de trabajo, y así ellos se llevan, semanalmente, entre una tercera parte y un quinto de cada salario de cada pobre backpacker que acudió a ellos. Son una mafia.)

Durante mis cuatro meses de trabajo en la farm de avocados hice montón de trabajos. El primero era el picking, en el cual, calzado con una bolsa tipo canguro (como la que usaba cuando juntaba kiwis) me subía a una escalera alta para llegar a más fruta. O sea que subía y bajaba millón de veces por día, y arrastraba y acomodaba la puta escalera sin parar, y me sentía como cuando era nenito y tenía que arrastrar las bicicletas de los adultos. Dolores incontables.


El segundo trabajo fue el mejor: cherry-picking. Se le dice cherry-picker a una pequeña grúa hidráulica con rueditas que te permite acceder a toda esa fruta demasiado alta, y es una masa porque no tenés escaleras ni bolsas pesadas colgándote del cogote. Lo malo es que te podés morir, como le pasó a un chilero de una farm vecina, que se llevó puestos unos cables de alta tensión.


El tercer trabajo fue el peor: después de que unas maquinolas gigantes podaron todas las sesenta hileras de árboles, nos dieron tridentes y nos dijeron: saquen las ramas cortadas de abajo de los árboles y póngalas en los pasillos del medio. No te puedo explicar los dolores articulares que tuve durante esas semanas.

El cuarto trabajo estuvo mucho mejor: nos dieron unas sierritas de mango largo y tijeritas de podar y fuimos ahí, árbol por árbol, podando las ramas bajas mientras los únicos dos empleados fijos de la farm iban en las cherry-picker con motosierras, podando por arriba. Acá la pasé bomba, escuchando música todo el día, hasta que, antes del fin de semana, nos hacían ir a juntar las nuevas ramas caídas y ponerlas otra vez en los pasillos entre hileras.


Y visto así el laburo suena bastante a mierda, pero creeme, estuvo copado. No la parte en la que me dolía todo el cuerpo, sino la parte en la que los dueños de la farm nos alimentaban con pizzas, tortas, panchos, pies, sánguches de subway, galletitas, etcétera. O la parte en la que nos quedaban montón de horas libres por día y me dedicaba a leer y escribir. O la parte en que nos pagaban. Eso estaba genial.




Rafa Deviaje.

2 comentarios: